Por estos días cumplo 25 años de actividad docente --de "impartir ignorancia", como me dijo alguien por ahí alguna vez. Le debo a mi amigo Mathias Sachse, que en 1983 era director de Extensión Universitaria del ITAM, el haberme dado el empujón hacia las aulas que literalmente cambió mi vida.
Una suma feliz de coincidencias y buenas voluntades me ha llevado este tiempo por caminos fascinantes. Javier Mier me "jaló" a la Ibero. Elizabeth Bonilla me abrió las puertas de la Universidad Veracruzana, en el posgrado en Comunicación. Pepe Carreño y más tarde Gabriela Warkentin me han permitido colaborar con el Consejo Académico del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana.
He dado clases, además, en las universidades Anáhuac, de Occidente (en Los Mochis, entre puros amigos), del Tepeyac, LaSalle y Panamericana. También en el Tec de Monterrey y en la Universidad Carlos III de Getafe, en España.
En mi modesta pero constante calidad de académico --de "profe", como me dicen en la Ibero-- he tenido oportunidad de participar en innumerables congresos, simposios, jornadas y encuentros, en los que siempre aprendí y a los que de otro modo dificilmente habría podido asistir.
Después de estos años, sigo sintiendo una profunda satisfacción cada vez que tengo la oportunidad de trabajar con los estudiantes en la universidad. Sobre todo cuando lo hago en la Iberoamericana, mi alma mater, como ahora. ¿Qué más se puede pedir? Dar clases es una de las cosas que más me gusta hacer y algo que veo como un privilegio porque a la vuelta de cinco lustros en ello sigo convencido de que, sesión tras sesión, los verdaderos maestros son los alumnos y el que más aprende soy yo.
Nunca se los agradederé lo suficiente.
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