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De groserías, palabrotas y otras chingaderas por el estilo

"Sigan mamando"
Diego Armando Maradona a sus críticos


Hace unos días, en una sesión de trabajo a la que acudí convocado por la AMCO, me enteré de dos casos de empresas -ambas laboratorios farmacéuticos- en cuya normatividad interna se incluyen prohibiciones expresas relacionadas con el uso de "groserías". Hasta donde entendí, en al menos uno de esos casos decir "palabrotas" podría llevar incluso al despido del empleado.

Aunque no tuvimos oportunidad de profundizar, el tema me llamó la atención por varias razones -a fin de cuentas es un asunto de comunicación en empresas-, entre ellas porque tengo la impresión de que al menos en México y en España vivimos momentos en los que las "malas palabras" (algunas no tan malas, por cierto) se han vuelto de uso corriente, sobre todo entre los jóvenes. Me pregunto cómo harán los colaboradores de esas compañías recién egresados de las universidades para evitar el vocabulario que con tanta soltura utilizaron constantemente durante los últimos años.

Las "palabras altisonantes", hasta no hace mucho de uso casi exclusivo de los hombres en situaciones muy claramente definidas, hoy se escuchan tanto o más entre las mujeres, en casi todas partes y escandalizan a muy pocos. No hace mucho, en una boda durante la misa, oí a la chica que estaba sentada justo delante de mí -una muchacha, de aspecto elegante- decirle a su acompañante "ya te dije que no me estés chingando con eso".

Entre los estudiantes de mi universidad, casi todos provenientes de las clases acomodadas de la ciudad, son de los más común expresiones como "no mames, wey", "qué poca" (reducción de "qué poca madre"), "está cañón" (variante de "está cabrón"), "qué pendejo", "!puta!", "¿qué pedo?", etcétera. Cabe decir, sin embargo, que durante las clases se suele mantener la corrección en el lenguaje, sobre todo si es el profesor quien pone el ejemplo.

Me parece que en el medio del trabajo, en general, también se han flexibilizado las normas de uso del lenguaje, aunque en situaciones de cierta formalidad sigue siendo riesgoso para la imagen personal hablar con "palabras fuertes". La regla: ante la duda, genuflexión. En los medios la tendencia es la misma, a pesar de las restricciones que marca la ley, y yo diría que hasta en la familia se está dando un fenómeno similar.

Ayer, Consulta Mitofsky dio a aconocer los resultados de un estudio que hizo entre 1,000 mexicanos para conocer más sobre nuestros hábitos cotidianos respecto al uso y abuso de groserías. El tema es sabroso y el reporte se convirtió en noticia para una buena cantidad de medios de información. A continuación, los puntos más importantes.

  • Cuando se pidió a los encuestados que se calificaran en una escala de 0 a 10 puntos (como en la escuela), donde 0 significa que no dice malas palabras y 10 que a toda hora las utiliza, se asignaron una calificación promedio de 4.6, "es decir no nos vemos como personas altamente malhabladas" (sic). Sólo una quinta parte de la población se reconoce como muy grosera. (¡Qué huevos!, ¿no?).
  • Al cuestionar a los ciudadanos sobre la cantidad de “palabrotas” que utilizan en un día promedio, el primer dato relevante es que 15% declara no necesitar ni una sola para comunicarse con los demás. (Pinches hipócritas). Por otra parte, a nivel del total de la población, en promedio los mexicanos proferimos 20 groserías en nuestras conversaciones cotidianas; 17% se ubica por encima de este promedio.
  • Por segmentos de la población son los hombres y los jóvenes quienes más las utilizan; un dato peculiar sin duda es que los ciudadanos pertenecientes a los estratos altos de la
    población manifiestan decir una mayor cantidad de malas palabras en comparación con los estratos bajos, lo que contradice los estereotipos tradicionales. Por las diferentes regiones del país, los habitantes del norte y del centro confirman su mayor propensión a hablar con malas palabras.
  • Quienes se califican a sí mismos como poco mal hablados declaran pronunciar un promedio de nueve “groserías” al día (ay, no mamen, qué culeros), los que se ubican a la mitad incrementan el uso de estos términos a 31 y los que se califican a sí mismos como muy “mal hablados” declaran pronunciar un promedio de 42 “groserías” diariamente. Nadie manifestó usar "un chingo" de ellas.
  • El espacio preferido para pronunciar malas palabras es en la convivencia con los amigos para 63% de los ciudadanos del país, seguida por los compañeros de trabajo (36%) y la pareja (34%). Por otra parte son las figuras de autoridad como son los jefes o los padres son los que más inhiben el uso de estas expresiones. Aunque muchos jefes las usan justamente para joder a sus subordinados, situación que no se investigó.
  • Los jóvenes menores de 30 años ven con mayor naturalidad el uso de “malas palabras” y hoy no sólo reportan utilizarlas frente a amigos sino que un porcentaje importante las dice frente a padres o jefes (¡si serán cabrones!).
  • Si se extrapolan los resultados buscando la incidencia nacional, tendríamos en el país más de 1,350 millones de malas palabras cada día o 500,000 millones al año.

Quienes me conocen saben que soy bastante "mal hablado". No me asusta el vocabulario "fuerte", pero no me gusta lo soez, y mucho menos me gusta la falta de respeto. No me gustan, de ninguna manera, los "juramentos" o blasfemias que tanto se escuchan entre los españoles.

Hay que saber cuándo, cómo y con quién. Ante la duda, la prudencia es lo aconsejable y en términos generales siempre será mejor hablar con corrección y sencillez que pasar como pendejo ¿no? ¡A huevo!

En otra ocasión hablaremos del albur, un tema que puede ser muy espinoso, y de las formas de ofensa e insulto "no groseras", como los comentarios racistas o sexistas, los giros excluyentes y lo políticamente incorrecto.


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El editor de blogger es una madre. No logré darle formato.

Comentarios

  1. ¿Hay malas palabras? ¿Hay buenas palabras? Ya no lo sé. En general soy más bien lépero, aunque dependeindo de donde me encuentre uso un vocabulario determinado (después de todo escoger el lengaje es parte de mi oficio). Dando clases de vez en cuando uso "malas palabras" cuando me parece que le darán fuerza al mensaje que quiero transmitir.
    Eso sí, ccreo que no hay razón para decir chingaderas no más a lo pendejo.

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  2. Fernando Gómez15 octubre, 2009

    Creo que cuanto más al sur del país vamos, menos "mal hablada" es la gente...En el norte, la verdad, lo corriente (jeje) es normalidad.En lo personal, dadas mis herencias culturales, soy muy mal hablado. En muchos momentos no entendería una conversación sin "sal y pimienta". En fin, cada quien su pedo.
    Pd.: lo que nunca entenderé (ni aceptaré) es el albur (masculino a más no poder) en boca de mujeres. Nada más ridículo (o sugestivo, jeje)que escuchar a una mujer diciendo "me la pelas".

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