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Una trabajadora de Madrid

La camarera que atiende la barra del bar del hotel Abba de Avenida América donde pasaré las últimas dos noches de este viaje es guapa y salerosa. Suficiente guapa para hacerme pensar en lo bueno que sería que hubiera al menos una como ella en cada Sanborns (y en La Vienette, claro); suficientemente salerosa como para tenerme de lo más divertido escuchándola interactuar con sus compañeros de trabajo (“al que haya tirado lo hielos en el piso lo voy a coger de lo huevo”, “jolín, José, no te comportes como un gilipolla”, “nones, cariño”). Cada vez que se agacha, deja ver un tramo generoso de la parte superior de una tanga de encaje negro que hace juego con su cabellera y contrasta con lo blanco de su piel a la altura de la cintura. And I say –como Harrison- it´s all right. Nunca tuve nada contra la belleza y menos hoy, después de siete días entre esquimales cuyos encantos hay que inferir a partir de la nariz, que es lo único que se ve, y a veces ni eso.
Ella, como casi toda la gente en esta ciudad, trabaja duro; no para un instante y se desplaza con mucho garbo. Como casi toda la gente en este país, ella debe sentir algún grado de ansiedad por la crisis y el impacto que está teniendo en el empleo, particularmente en actividades como la suya, que no demandan demasiada cualificación. Sobran 4,000,000 (¡cuatro millones!) de trabajadores en España, de los cuales el 25% no alcanza el beneficio del paro, es decir, el apoyo económico a los desempleados.
Vuelvo a la chica, que es guapa y tiene un habla local deliciosa. Desde hace unos minutos, sin parar de trabajar conversa con otra, también empleada, bonita y madrileña, que ha venido a la barra a tomar un refresco al fin de su jornada laboral. Hablan de sus condiciones de trabajo de una forma muy crítica y con un desparpajo que no entiendo en presencia de un cliente (yo). Es evidente que soy invisible para ellas, y qué bueno porque estoy en pleno diagnóstico de clima laboral y condiciones de trabajo.

En fin, la vida se está poniendo muy complicada para la gente en este país. Mucho. Particularmente para los inmigrantes, de los que curiosamente todavía no veo uno en este hotel (quizá sea esa una de las razones por las que el servicio en el Abba, con excepción de la señorita a la que me refiero en este texto, deja qué desear).
It’s all right.

Sólo como dato curioso, pagué 5 euros por dos botellas de agua mineral del Vichy Catalán.

Comentarios

  1. CINCO EUROS dioses, no quiero ni pensar en el tipo de cambio :S
    ¿sabes? te acabo de añadir a un rollo que se llama "bloglines" muy divertido porque me mantiene enterada de lo que va pasando
    ¿ya merito regresas?

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