De momento, estoy cumpliendo nueve días en España, en un viaje que combina obligación con devoción, trabajo con vacaciones. He estado en Valladolid --una ciudad en la que estoy seguro que podría vivir muy a gusto-, en Llanes, en Arangas -el pueblo en que nació mi padre, ubicado en el corazón de Cabrales-, en León -otra ciudad vivible, deliciosa- y ahora en Madrid, fin del recorrido.
Madrid es Madrid. No sé si podría vivir aquí, pero es muy interesante lo que está pasando. Escribo esto en un local de internet y locutorio para larga distancia en el que en poco más de dos horas he oído unas seis lenguas distintas y otros tantos acentos del español. Yo aporto el chilango ñerón que me caracteriza. Es perceptible en el ambiente, muy marcadamente, la cultura de la multicultura, el melting pot, la globalización.
Ahora mismo una chica muy guapita grita a mis espaldas en un idioma que seguramente será de Europa Oriental, o de algunos de esos paises ex-soviéticos con nombre de tía solterona (la ocurrencia no es mía, sino de Alejandro Kourchenko). A mi lado, identifico a un par de cuates como turcos. Afuera, en la acera un africano de esos muy negros y muy altos...
Mucha gente sabe de Madrid por el Real Madrid (me pongo de pie), uno de los mejores ejemplos de globalización, de organización global, que conozco. Pues creo que Madrid gestó al RM global porque Madrid es ella misma global. La palabra me parece regularzona, pero bueno. Madrid es cosmopolita, abierta, incluyente, conflictiva, generosa a la vez que cabrona, atractiva, y aquí hay de todo. Y con ello -¿por ello?-, es una ciudad muy exitosa económicamente.
Creo sinceramente que me encuentro en el vientre materno de la sociedad del futuro, de lo que brotará del mundo plano, de la globalización no tanto en el sentido (casi siempre mezquino, abusivo) que se da a la palabra asociada a las organizaciones empresariales sino a lo que es realmente importante: las migraciones, los intercambios culturales, las mezclas que darán origen a la cultura que surgira una vez que la actual haya reventado (cosa que no tarda, creo).
Y bueno, mientras hago estas reflexiones, renuevo el guadarropa en El Corte Inglés, sufro del calor seco, como y bebo como sólo en este país se hace, gozo de la belleza de las madrileñas (taco de ojo nomás), camino, camino, camino y lloro desconsoladamente cada vez que llega el momento de pagar, porque todo está abrumadoramente caro.
Me voy a cenar.
Buen provecho querido Salvador... ojalá te vayas de marcha y regresa pronto porque se te extraña. GS
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