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Anoche, mientras las pantallas nos mostraban los preparativos previos a la prueba final de la cápsula, la prueba en sí y los ajustes de última hora que tuvieron que hacer los responsables de la operación, de pronto caí en la cuenta de la inmensa dignidad y belleza que hay detrás del trabajo humano, de esa actividad que demanda "meter las manos", moverse, manipular herramental, transformar las cosas.
Estábamos siendo testigos en vivo, directo, a todo color y con lujo de detalles de una estupenda manifestación de trabajo de la segunda ola (Toffler, claro), de esas actividades que se relacionan con la extracción y la manufactura, y que hoy son vistas con cierto desprecio ante el advenimiento de la era del trabajo "mental", en la que se manipulan símbolos-información con apoyo de la alta tecnología.
Lo que veíamos eran cascos, guantes y otros equipos de seguridad, calzado industrial, uniformes de trabajo, herramientas y equipos "low-tech" (palancas, poleas, pinzas y hasta cinta aislante), no trajes, corbatas, tacones altos o laptops. Veíamos ingenieros, supervisores, trabajadores, no directivos, consultores, analistas o profesionales de las relaciones públicas. Hasta los inevitables políticos, encabezados por el presidente de Chile, parecían preparados para apretar tuercas o soldar alguna pieza, si hubiera hecho falta.
También veíamos desempeño de equipo, bien coordinado, elegante.
Éramos -somos todavía- espectadores de un despliegue fascinante de esa clase de trabajo en el que la actividad cerebral tiene una manifestación motriz, muscular, que va más allá de oprimir teclas o hacer presentaciones.
No veo sentido a discutir si un tipo de actividad, de segunda o tercera ola, o incluso de la primera, tiene más valor que otra. Tampoco quiero aparecer como un romántico de la Revolución Industrial (¡para nada!). Más bien, defiendo la utilidad, la necesidad, el valor y sobre todo la dignidad del trabajo humano en todas sus manifestaciones positivas.
Por eso, espero que uno de los resultados de esta histórica transmisión sea la resignificación, la revaloración a nivel social, del trabajo "rudo" y aparentemente poco sofisticado de quienes se dedican a la extracción y a la transformación. Ojala que no perdamos de vista que un ingeniero es al menos tan valioso para la sociedad como un financiero, lo mismo que un obrero lo es en relación con un oficinista.
Nada dignifica como el trabajo.
Comparto, por supuesto, la felicidad de tantos por el rescate de los trabajadores atrapados en la mina. Mi admiración por el pueblo chileno crece día con día.
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