Hasta no hace mucho tiempo, al escuchar la palabra “trabajo” disponíamos de una gama reducida de imágenes para evocar: “de oficina”, con escritorio, corbata y portafolio o “en fábrica” con casco, herramientas al cinto y zapatos de seguridad; en un lugar fijo, por ejemplo en una tienda o en la calle, como los vendedores; “mental” o intelectual, como el de los profesionales, con sus documentos y su instrumental o “manual”, como el de operarios, albañiles y trabajadores no profesionales; en el campo, el mar o la ciudad. Y poco más, porque trabajar consistía en actividades bien definidas que se realizaban en horarios determinados, iguales para todos, con estructuras de autoridad fijas y lineales, y en circunstancias en que los cambios eran escasos y por lo general se daban lentamente.
Los ambientes laborales se han abierto al sector femenino de la población y buscan ser cada vez más equitativos en materia de oportunidades. Evidentemente, este es un aspecto en el que todavía queda mucho por hacer aunque la tendencia es alentadora. No es tan clara la apertura de las organizaciones a grupos minoritarios, como los homosexuales, o a discapacitados, pero para allá vamos.
En esos tiempos, a excepción de las tareas secretariales y algunas muy especializadas, como las de enfermería o las educativas, el trabajo lo hacían los hombres, que “salían” todos los días a realizarlo en tanto las mujeres permanecían “en su casa” a cargo del “trabajo doméstico”, lo que de manera muy desafortunada se designaba como "las labores propias de su sexo".
El ritmo de las actividades se ajustaba en términos generales a los tiempos de la vida de las personas y no al revés. Todo sucedía más pausadamente y la gente disponía de una cantidad de tiempo libre que hoy sería un sueño, mismo que con mucha frecuencia se dedicaba a la convivencia familiar.
El individuo era el eje del cumplimiento de las responsabilidades y la noción de equipo apenas se conocía.
Resultaba muy fácil explicar el concepto "trabajo" a los más jóvenes. Y era relativamente sencillo prepararse para una vida de ocupación que por lo común sería estable, segura y en sentido ascendente por los escalones de la estructura organizacional para quien tuviera la entrega y dedicación adecuadas. El esfuerzo se valoraba tanto o más que el talento, al que no se veía con la reverencia con que se le ve ahora.
En comparación con la vida laboral de la actualidad, ese era un escenario bonito y bastante cómodo. Pero se acabó. No en todas partes, claro: persiste en algunos ámbitos la forma burocrática tradicional de organización. Pero al menos en los sectores avanzados de la economía y entre las grandes empresas la realidad del trabajo se ha transformado radicalmente.
De manera muy concisa, puede decirse que el trabajo es hoy un conjunto de actividades complejas, variadas y cambiantes que se realizan a una velocidad frenética, en horarios flexibles (si es que los hay), en equipo, en estructuras no tradicionales y en continua transformación que en ocasiones exigen modificar sustancialmente el concepto “jefe-subordinado” (o cualquier noción de autoridad y cadena de mando), y con responsabilidades que se redefinen constantemente, a veces día a día. La presencia apabullante de la tecnología demanda la puesta en juego de una cantidad sin precedente de recursos mentales en casi todos los puestos, desdibujando la frontera entre el trabajo intelectual y el manual.
La “chamba” ya no se hace en un lugar fijo, sino que se realiza en casa, en cafeterías que ofrecen conectividad a sus clientes (hot spots), como Starbucks, en clubes, en aeropuertos y aviones, hoteles, en universidades y a veces hasta en el hospital (he visto más de un caso de madres contestando mails pocas horas después de haber dado luz o de enfermos no delicados haciendo llamadas o revisando documentos).
Los ambientes laborales se han abierto al sector femenino de la población y buscan ser cada vez más equitativos en materia de oportunidades. Evidentemente, este es un aspecto en el que todavía queda mucho por hacer aunque la tendencia es alentadora. No es tan clara la apertura de las organizaciones a grupos minoritarios, como los homosexuales, o a discapacitados, pero para allá vamos.
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Aunque una parte muy significativa del trabajo depende hoy menos del esfuerzo físico que en toda la historia de la humanidad, en términos generales yo no diría que las condiciones en que se realiza son sustancialmente mejores. Es cierto que una cantidad grande de empleados y trabajadores dispone de cosas como equipos seguros, comedores razonablemente buenos, servicio médico y condiciones ambientales más agradables, entre otras ventajas, pero las presiones han aumentado y la calidad de vida en el trabajo es igual o peor que hace 50 ó 100 años; no estoy seguro de que pueda decirse que el trabajador de principios del siglo XXI es más feliz que el de hace una centuria.
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Escribí el párrafo anterior pensando en empresas globales, en los países desarrollados o en los estratos modernos de la economía de mi país. No pierdo de vista las condiciones de esclavitud y abuso prevalecientes en muchos puntos del globo, las terribles condiciones de trabajo en las maquiladoras de Asia y concretamente en muchas empresas chinas, por ejemplo, y situaciones como el trabajo infantil.
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También dudo de que en términos generales el trabajo sea hoy mejor remunerado que hace unas décadas. En cambio es muy claro la pérdida de equidad en el reparto de la riqueza: los altos ejecutivos y los accionistas viven como marajás (o como políticos) en tanto que el esto de la sociedad ve progresivamente mermada su capacidad adquisitiva y con ello sus expectativas.
El “trabajo” ha cambiado muchísimo. Eso no es bueno ni malo en sí mismo y claramente tiene tanto ventajas como desventajas en comparación con la forma en que se hacía hace 20 ó 30 años. Pero es la realidad. Ante ella enfrentamos una alternativa básica: le entramos o no le entramos. En el segundo caso siempre podremos buscar lugar en empresas tradicionales, en ámbitos menos avanzados de la economía y hasta en el sector informal.
Pero si decidimos entrarle, el primer requisito que tenemos que cumplir es justamente darnos cuenta de que el trabajo ya no es lo que era, que el modelo que aprendimos en casa, a través de la labor de nuestros padres y en la escuela ya no es vigente, y que lo de hoy es flexibilidad, disponibilidad, inteligencia, actualización constante, trabajo en equipo y rapidez de respuesta. Si somos capaces de ver esto con claridad, habremos dado un paso fundamental para ubicarnos en la economía global..
Una versión previa de este texto fue publicada en el boletín Comparte, de Goodyear México, por una amable invitación de la colega Karla Mutaguchi Cruz.
Las viñetas son de Erlich, en El País.
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