Esta mañana, tuve mis dudas ante la alternativa de dedicar 10 minutos, justo al inicio de la jornada de trabajo, a ver el video que se encuentra debajo de estas líneas. Afortunadamente lo hice.
Se trata de un magnífico ejemplo de desarrollo de algo que debería ser absolutamente fundamental de la educación de los niños: la empatía, la calidez, la atención a las necesidades de los demás, la compasión, la obligación de ser felices; en suma, la convivencia.
Disfruté mucho del clip, pero al final me quedé con cierta tristeza, pensando en lo lejos que están nuestros modos (que no modelos) educativos de algo así. Mi estereotipo de miembro del magisterio o trabajador de la educación no casa con esquemas como el que adivinamos a partir del caso que se nos presenta. No imagino a alguien de las huestes de Elba Esther, y de hecho a ningún docente de los que conozco, con la sensibilidad y la capacidad de este profesor japonés.
Me cuesta imaginar, también, la forma como podría insertarse la educación para ser feliz en los esquemas de educación formadora de "líderes" (¡pobrecitos niños!), que fomenta la competencia antes que la colaboración y que promueve la individualidad; esa manera de entender la formación que tanto atrae a las clases medias y afluentes en nuestro hemisferio, a los papás de los "campeones" y las "princesas".
Podría apostar a que en un contexto educativo como éste el bullying no es un problema. Ningún ser humano empático hace sufrir deliberadamente a otro, y si llegara a ocurrir seguramente el grupo no lo permitiría.
Por último, me emocionó ver que un profesor pudiera tocar a sus alumnos, incluso en un baño, sin miedo a ser tachado de pederasta. En este mundo de erizos y puercoespines en el que en las aulas ya ni siquiera nos miramos, por estar viendo pantallitas idiotizantes, sumergidos en nuestro universo personal de aislamiento y estulticia, es conmovedor ver rasgos de afecto, de humanidad.
Son una maravilla las sonrisas de los niños.
Fuente: http://www.wimp.com/homeroomteacher/
Se trata de un magnífico ejemplo de desarrollo de algo que debería ser absolutamente fundamental de la educación de los niños: la empatía, la calidez, la atención a las necesidades de los demás, la compasión, la obligación de ser felices; en suma, la convivencia.
Disfruté mucho del clip, pero al final me quedé con cierta tristeza, pensando en lo lejos que están nuestros modos (que no modelos) educativos de algo así. Mi estereotipo de miembro del magisterio o trabajador de la educación no casa con esquemas como el que adivinamos a partir del caso que se nos presenta. No imagino a alguien de las huestes de Elba Esther, y de hecho a ningún docente de los que conozco, con la sensibilidad y la capacidad de este profesor japonés.
Me cuesta imaginar, también, la forma como podría insertarse la educación para ser feliz en los esquemas de educación formadora de "líderes" (¡pobrecitos niños!), que fomenta la competencia antes que la colaboración y que promueve la individualidad; esa manera de entender la formación que tanto atrae a las clases medias y afluentes en nuestro hemisferio, a los papás de los "campeones" y las "princesas".
Podría apostar a que en un contexto educativo como éste el bullying no es un problema. Ningún ser humano empático hace sufrir deliberadamente a otro, y si llegara a ocurrir seguramente el grupo no lo permitiría.
Por último, me emocionó ver que un profesor pudiera tocar a sus alumnos, incluso en un baño, sin miedo a ser tachado de pederasta. En este mundo de erizos y puercoespines en el que en las aulas ya ni siquiera nos miramos, por estar viendo pantallitas idiotizantes, sumergidos en nuestro universo personal de aislamiento y estulticia, es conmovedor ver rasgos de afecto, de humanidad.
Son una maravilla las sonrisas de los niños.
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