No toda la nobleza es como los que aparecen en el Hola
Jacobo Fitz-James Stuart (Madrid, 1954), Jacobo Siruela, tercer hijo de la duquesa de Alba, es el editor de Siruela y director de la exitosa editorial Atalanta. Personaje espléndido, cuyo trabajo intelectual es de una dignidad notable, prefiere mantenerse con “bajo perfil” ante el asedio de los medios. Recientemente accedió a dar una entrevista al diario madrileño El País, con motivo del lanzamiento de su nuevo libro de investigación histórica: El Palacio de Liria.
De ese material, cuya lectura recomiendo ampliamente, tomo lo que sigue:
Mi aprecio por las marcas
Las marcas son el relleno de las oquedades en las cabezas de los consumidores.
En lo personal, me disgusta el sobreprecio que tengo que pagar por el hecho de que un producto determinado ostente una marca y no otra, o ninguna. Si me dices que la marca garantiza algo, como calidad, diseño o moda (en el caso de la ropa) está bien, pero entonces por lo que quiero pagar es por calidad, diseño, moda o cualquier otra característica del producto, NO por la marca.
Sé muy bien que lo que la mayoría de la gente compra cuando paga por algo de determinada marca no tiene que ver con los atributos o cualidades del producto o servicio, sino con su valor simbólico, fundamentalmente como símbolo de status. Es un impulso fundamental de la sociedad de consumo. Por eso, lo sabemos bien, una cantidad enorme de productos llevan la marca en lugar bien visible. Y por eso es que la marca se cobra.
Pero eso no va conmigo. No tengo que demostrar nada a nadie, al menos no en términos de status. Si mi ropa es apropiada, cómoda y está limpia, lo que menos me hace falta es que diga “Ferragamo” y que por esa palabrita tenga que pagar varios miles de pesos de sobreprecio.
Yo no compro marcas, compro productos y servicios a partir de un análisis tan cuidadoso como sea posible de la relación costo beneficio. Tampoco me interesan los relojes, joyas o coches que en un momento dado puedan parecer más valiosos que mi vida a un sujeto armado.
“Vida sencilla y pensamiento elevado”.
“En última instancia, el triunfo del crecimiento económico no es un triunfo de la humanidad sobre sus necesidades económicas, es el triunfo de las necesidades económicas sobre la humanidad”.
Richard Easterlin. Growth Triumphant.
Decadencia mexicana
(Nota del 10 de febrero de 2013)
Se acaba de confeccionar en mi muro de facebook, por mi conducto, este texto que es expresión de mi tristeza profunda ante lo que estoy viendo en México.
Este modelo de sociedad -el mexicano posrevolucionario- ya dio de sí, aportó todo lo mejor que podía dar -no demasiado, por cierto- y ya reventó. Para la gran mayoría de los habitantes de este país la vida es punto menos que un infierno y la desesperanza parece ser la posición más sana y realista. La paranoia es un recurso de supervivencia, el miedo el pan de cada día y la desconfianza la forma normal de vinculación. No está garantizado el derecho a un retiro digno para los mayores, ni el cuidado de la salud y una educación de calidad para las mayorías; y lo peor de todo, nadie puede decir con certeza que volverá a casa al final de la jornada, porque la seguridad es casi inexistente.
Como uno de los síntomas centrales de su aguda decadencia, esta sociedad premia a su peor gente y castiga sistemáticamente a los mejores. Como es natural, la reversión de los valores implica la primacía de lo chabacano, vulgar y estúpido sobre la inteligencia y la sensibilidad, y de la ley del más fuerte (o mejor armado) sobre la convivencia civilizada.
No verán mejoría nuestros hijos, ni los hijos de nuestros hijos. ¿Qué hacemos? Como dice Serrat en una de sus canciones:
"Escapad gente tierna,
que esta tierra está enferma,
y no esperes mañana
lo que no te dio ayer,
que no hay nada que hacer."
Mi muy estimado y nobilísimo Salvador, portador indiscutible de las cualidades de la auténtica y añeja aristocracia, comparto en mucho lo que aquí señalas.
ResponderBorrarLas marcas llegan a ser algo vacuo y no un factor verdadero de la calidad.
Sin embargo, con respecto al consumo, no podemos negar que el ser humano es un animal simbólico y que los productos que consumimos, más allá de ser físicos, son cacharros culturales.
Por eso es que en los mercados se ha posicionado como atributo de valor la misma marca, se trata de un fenómeno que cayó en tierra fértil.
Es verdad, mi estimado Guillermo. Tienes toda la razón. Pero nosotros que lo sabemos, podemos escapar del espejismo de las marcas (en algunas cosas) y con ello evitar pagar cara la calidad que no vale su precio. Al menos nos ahorramos unos centavos.
ResponderBorrarPienso por ejemplo en los monederos de quien sabe cuántos miles de pesos de L. Vuitton...
Gracias por comentar.