¿Cuál es la palabra que más se repite en los medios de comunicación mexicanos? Ejecución.
Las ejecuciones son lo de hoy en nuestro país, lo cotidiano. Miles de personas son asesinadas cada año en el territorio nacional en una auténtica guerra que de entrada sabemos que libra el estado mexicano contra un enemigo poderoso que se denomina "el crimen organizado" (otra expresión recurrente en los medios).
En medio de este horror, los ciudadanos comunes y corrientes tratamos de tranquilizarnos pensando que estamos lejos del frente de batalla y que como no pertenecemos a ninguno de los bandos no tiene por qué tocarnos. Hasta que en una esquina cualquiera de cualquier ciudad vemos la vida amenazada -o liquidada- por alguien que busca quitarnos la cartera, el reloj o el coche, con la casi absoluta certeza, el delincuente y nosotros, que no habrá quien le haga pagar por el delito.
Estamos todos metidos en esta guerra. Nadie se libra, por más que meta la cabeza en el hoyo. Podemos tocar madera todo lo que queramos, pero se trata sólo de una cuestión de tiempo. Y al final, la impunidad (otro elemento de nuestro glosario de cabecera) prevalecerá, con su carga de rabia, impotencia, escepticismo, desgaste y al final cinismo.
Hay que ser ignorante para creer que el tema es sólo de seguridad y que se circunscribe a la lucha entre las fuerzas del gobierno y el crimen organizado. Policías y ladrones. Eso ni siquiera es la parte más visible del asunto. Se trata de un problema social, de moral, de trastocamiento de los valores de la colectividad.
Desarrollamos una cultura incapaz de señalarnos el bien común y de llevarnos hacia él.
No compro la idea de que las causas se encuentran en la pobreza. Ser pobre no implica ser inmoral y mucho menos la riqueza va de la mano de la moralidad. Dudo mucho que se llegue a canonizar a alguno de nuestros magnates --por más socialmente responsables que sean sus empresas-- o de nuestros políticos. La fortaleza moral no es consecuencia de la prosperidad económica, sino más bien al revés.
Tampoco acepto que la explicación de esta crisis se encuentre básicamente en el sistema educativo. Haber pasado por la universidad ahora menos que nunca hace a nadie, per se, una mejor persona. Ni Harvard puede garantizarlo.
Si aceptamos que se trata de un problema cultural, entonces necesariamente hablamos de un asunto de educación, pero no (no unicamente, no fundamentalmente) de educación formal. Más bien nos referimos a la educación como la suma de los procesos de enseñanza-aprendizaje a través de los cuales la sociedad enseña a sus integrantes --sobre todo a los jóvenes-- la forma "correcta" de hacer las cosas para asegurar el bienestar y la supervivencia de todos. Hablamos, de entrada, de la transmisión de los valores en que se sustenta el desarrollo de la sociedad.
Por eso, no podemos atribuir toda la responsabilidad a la educación formal, a la escuela. Cuando un niño llega a la primaria, ya trae "instalados" los valores, las conductas y los hábitos que en mayor medida determinarán el rumbo de su vida. Es sabido que muy difícilmente y en pocos casos se altera ese "destino".
La educación de base se adquiere en la familia y en la comunidad. La desintegración familiar y la descomposición del tejido social en las comunidades significan contenidos deficientes y con frecuencia negativos para esos procesos formativos.
Sobre esa base se construye la visión de la vida de las personas y se desarrollan sus herramientas de convivencia y crecimiento, con las aportaciones del sistema educativo (para quienes pueden acceder a él), los medios de comunicación, el comportamiento de las personas modelo (deportistas, empresarios, políticos, celebridades, etc.), los recursos de socialización de las distintas organizaciones (empresas, iglesias, grupos de interés común, etc.) a que pertenezcan en sus vidas y en general los sistemas de consecuencias (premios y castigos) de la sociedad.
El desarrollo de los individuos es un proceso multifactorial, complejo, dinámico. Y en las sociedades todo está interrelacionado.
Las ejecuciones y el gravísmo conflicto en que se encuentran enmarcadas no pueden verse como fenómenos aislados que algún día se eliminarán quirúrgicamente, como cuando se elimina un apéndice inflamado. El tema tiene mucho fondo y remite a los valores de la cultura.
¿Qué tienen en común las terribles acciones de las organizaciones criminales con el talante agresivo de los habitantes de la ciudad de México, la basura en las calles, carreteras y drenajes de todo el país, la corrupción que involucra a funcionarios públicos y ciudadanos, el pésimo nivel de la educación, las violaciones al reglamento de tránsito, la pérdida de autoridad de "la autoridad", el niño que molesta a los demás en un restaurante sin que sus padres le pongan un alto, las remuneraciones de los diputados, los constantes atentados contra las mujeres, el Panda Show, los cortes y plantones, el "Gober precioso" y las mentadas de madre del gobernador de Jalisco, el amarillismo y la alburización de los medios, el hostigamiento y los abusos en el trabajo, la falta de acuerdos en el congreso, la desconfianza generalizada, el grafiti, la corrupción en las policías, los abusos de la vecina y una larga serie de etcéteras? ¿Cuál es el hilo conductor que le da sentido a la espeluznante realidad que vivimos y de la que somos directa e ineludiblemente responsables?
Hay que entrarle a todo y de fondo. Nada se va a resolver aisladamente, ni pronto. Tendríamos que ser capaces, como sociedad, de asumir la inversión para el futuro de nuestros nietos. Y la verdad, cuando miro a mi alrededor no veo cómo le vamos a hacer.
¿Qué habremos hecho tan mal que acabamos en las infanterías del apocalipsis?
Las ejecuciones son lo de hoy en nuestro país, lo cotidiano. Miles de personas son asesinadas cada año en el territorio nacional en una auténtica guerra que de entrada sabemos que libra el estado mexicano contra un enemigo poderoso que se denomina "el crimen organizado" (otra expresión recurrente en los medios).
En medio de este horror, los ciudadanos comunes y corrientes tratamos de tranquilizarnos pensando que estamos lejos del frente de batalla y que como no pertenecemos a ninguno de los bandos no tiene por qué tocarnos. Hasta que en una esquina cualquiera de cualquier ciudad vemos la vida amenazada -o liquidada- por alguien que busca quitarnos la cartera, el reloj o el coche, con la casi absoluta certeza, el delincuente y nosotros, que no habrá quien le haga pagar por el delito.
Estamos todos metidos en esta guerra. Nadie se libra, por más que meta la cabeza en el hoyo. Podemos tocar madera todo lo que queramos, pero se trata sólo de una cuestión de tiempo. Y al final, la impunidad (otro elemento de nuestro glosario de cabecera) prevalecerá, con su carga de rabia, impotencia, escepticismo, desgaste y al final cinismo.
Hay que ser ignorante para creer que el tema es sólo de seguridad y que se circunscribe a la lucha entre las fuerzas del gobierno y el crimen organizado. Policías y ladrones. Eso ni siquiera es la parte más visible del asunto. Se trata de un problema social, de moral, de trastocamiento de los valores de la colectividad.
Desarrollamos una cultura incapaz de señalarnos el bien común y de llevarnos hacia él.
No compro la idea de que las causas se encuentran en la pobreza. Ser pobre no implica ser inmoral y mucho menos la riqueza va de la mano de la moralidad. Dudo mucho que se llegue a canonizar a alguno de nuestros magnates --por más socialmente responsables que sean sus empresas-- o de nuestros políticos. La fortaleza moral no es consecuencia de la prosperidad económica, sino más bien al revés.
Tampoco acepto que la explicación de esta crisis se encuentre básicamente en el sistema educativo. Haber pasado por la universidad ahora menos que nunca hace a nadie, per se, una mejor persona. Ni Harvard puede garantizarlo.
Si aceptamos que se trata de un problema cultural, entonces necesariamente hablamos de un asunto de educación, pero no (no unicamente, no fundamentalmente) de educación formal. Más bien nos referimos a la educación como la suma de los procesos de enseñanza-aprendizaje a través de los cuales la sociedad enseña a sus integrantes --sobre todo a los jóvenes-- la forma "correcta" de hacer las cosas para asegurar el bienestar y la supervivencia de todos. Hablamos, de entrada, de la transmisión de los valores en que se sustenta el desarrollo de la sociedad.
Por eso, no podemos atribuir toda la responsabilidad a la educación formal, a la escuela. Cuando un niño llega a la primaria, ya trae "instalados" los valores, las conductas y los hábitos que en mayor medida determinarán el rumbo de su vida. Es sabido que muy difícilmente y en pocos casos se altera ese "destino".
La educación de base se adquiere en la familia y en la comunidad. La desintegración familiar y la descomposición del tejido social en las comunidades significan contenidos deficientes y con frecuencia negativos para esos procesos formativos.
Sobre esa base se construye la visión de la vida de las personas y se desarrollan sus herramientas de convivencia y crecimiento, con las aportaciones del sistema educativo (para quienes pueden acceder a él), los medios de comunicación, el comportamiento de las personas modelo (deportistas, empresarios, políticos, celebridades, etc.), los recursos de socialización de las distintas organizaciones (empresas, iglesias, grupos de interés común, etc.) a que pertenezcan en sus vidas y en general los sistemas de consecuencias (premios y castigos) de la sociedad.
El desarrollo de los individuos es un proceso multifactorial, complejo, dinámico. Y en las sociedades todo está interrelacionado.
Las ejecuciones y el gravísmo conflicto en que se encuentran enmarcadas no pueden verse como fenómenos aislados que algún día se eliminarán quirúrgicamente, como cuando se elimina un apéndice inflamado. El tema tiene mucho fondo y remite a los valores de la cultura.
¿Qué tienen en común las terribles acciones de las organizaciones criminales con el talante agresivo de los habitantes de la ciudad de México, la basura en las calles, carreteras y drenajes de todo el país, la corrupción que involucra a funcionarios públicos y ciudadanos, el pésimo nivel de la educación, las violaciones al reglamento de tránsito, la pérdida de autoridad de "la autoridad", el niño que molesta a los demás en un restaurante sin que sus padres le pongan un alto, las remuneraciones de los diputados, los constantes atentados contra las mujeres, el Panda Show, los cortes y plantones, el "Gober precioso" y las mentadas de madre del gobernador de Jalisco, el amarillismo y la alburización de los medios, el hostigamiento y los abusos en el trabajo, la falta de acuerdos en el congreso, la desconfianza generalizada, el grafiti, la corrupción en las policías, los abusos de la vecina y una larga serie de etcéteras? ¿Cuál es el hilo conductor que le da sentido a la espeluznante realidad que vivimos y de la que somos directa e ineludiblemente responsables?
Hay que entrarle a todo y de fondo. Nada se va a resolver aisladamente, ni pronto. Tendríamos que ser capaces, como sociedad, de asumir la inversión para el futuro de nuestros nietos. Y la verdad, cuando miro a mi alrededor no veo cómo le vamos a hacer.
¿Qué habremos hecho tan mal que acabamos en las infanterías del apocalipsis?
MI estimadísimo Salvador, tu texto de Apocalipsis en Marcha me pareció muy bieno. Eres agudo, observador y buen crítico. Es verdad lo que dices, la clave está en la cultura y en la educación de base, pero también en salir del culto al egoísmo que nos está llevando a esta situación.
ResponderBorrarEn este "nuevo" contexto que describes (o debería decir real?)prevalece sólo el interés personal por encima de cualquier otro, sin mostrar casi nunca un sentido de conciencia or el otro, sea mi hermano, mi vecino, mi comunidad o mi país.
Creo que todo lo que dices, aunado a este nivel de egoísmo -que finalmente también es una conducta aprendida- es lo que nos está llevando al apocalipsis que describes. Ojalá podamos hacer algo...
saludos, Mariela